Es que la historia de Colombia esta llena de buenas intenciones, en los años 40 la guerra política entre godos y cachiporros hizo que apareciera la guerrilla liberal para defender al pueblo rojo de los abusos del ejercito conservador, llegó el frente nacional que buscaba la paz pero que no logró desmovilizar a toda la militancia de aquella guerrilla, cuya dirigencia con el transcurso del tiempo se transformo primero en marxista maoísta para terminar dejándose embriagar por el dinero del narco, llegando a usar los mecanismos del secuestro y el usufructo de los cultivos ilícitos para subsistir, el dinero a montones les refundo su filosofía y los convirtió terroristas crueles. Para amortiguar su presencia apareció el paramilitarismo, nombre dado por ser un ejercito paralelo al legitimo, al constitucional financiado en principio por empresarios, dirigentes y hombres públicos con el “sano propósito” de defenderse y librar una guerra de baja intensidad, muchos observaron con complacencia la aparición de esta fuerza, pero le ocurrió lo mismo que a los que combatían, se dejaron obnubilar por el cultivo de la droga y pelearon entre si, ya no por derrotarse filosóficamente, sino por el control de los territorios sembrados con cultivos ilícitos. Terminaron igual o peor de crueles que los primeros y el ciudadano del común quedó, como en el pasado, en un juego cruzado donde a ellos siempre les iba mal. Después de la ley de Justicia, Paz y Reparación, aprobada en la búsqueda incesante de la paz, con múltiples quejas de dirigentes nacionales entramos a escuchar de boca de los mismos actores las aterradoras historias de horror, no solo de alianzas políticas para refundar la nación, sino de masacres enteras, escuchamos cifras que van creciendo, mil, dos mil y tres mil fosas de ciudadanos que cayeron en medio de la guerra, alguno de ellos por la sola duda de no saber a que bando pertenecían, lideres asesinados quienes se atrevieron a presentar sus nombres a determinado puesto o corporación pública cuando ya estaba en proceso la refundación de la nación y en medio del aumento de las cifras nos quedábamos estupefactos por que sin importar el número de muertos la pena sería la misma, ocho años, al final lo que importaba era la verdad, más que la reparación. Craso error cubrir la herida sin haberla limpiado. Pero, para impedir que siguieran aumentando la cifra, contando la verdad, de un momento a otro se trasladaron a los jefes paramilitares a EE.UU. por el delito de narcotráfico y no como genocidas, a un país que no ha firmado el tratado de la Corte Penal Internacional, un paraíso para un delito de lesa humanidad.
Por todo lo anterior llegó la Corte Penal Internacional a Colombia, el fiscal Luis Moreno Ocampo, el Juez Baltazar Garzón tienen en la mira la justicia colombiana, viene por un lado a mirar quién tiene la razón en este choque de trenes, si la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General de la Nación o la visión del gobierno nacional. En el exterior no se ve con buenos ojos un presidente que ofende a los órganos de la justicia y que utiliza su popularidad para quitarle peso a los expedientes; pero más que por lo anterior vienen a verificar si el genocidio que se vivió en el país tendrá la Justicia requerida, la reparación debida y la verdad revelada. Chile esperó treinta años para ver la justicia, tiempo igual los argentinos, Colombia no puede esperar una nueva generación para ver la luz, por ello bienvenida la Corte Penal Internacional para impedir que ello ocurra y garantizar que la herida sane por dentro y por fuera.